Warmi thaki: El camino de la mujer en la isla de la Luna

Cuentan que antaño, cuando no existía la división entre los lagos Mayor y el Menor en el Titicaca, una serpiente gigante llegó por Tiquina. Por allí no había entonces estrecho, sino un pequeño riachuelo. Con su cuerpo, la víbora ensanchó el paso, creando los dos lagos. Avanzó por el agua hacia el norte, en dirección a la Isla del Sol. Al verla el inca Manco Kápac, agarró su honda y le lanzó una piedra a la cabeza. “Cuando se toca a un reptil, siempre retrocede, nunca avanza”, relata Pancho, uno de los comunarios de Koati. La testa del bicho se quedó en el sitio, quedando convertida en una de las isletas circundantes, y el cuerpo se fue hacia atrás, hasta quedarse en su actual ubicación, a unos ocho kilómetros desde donde el inca le tiró la piedra. Así nació la Isla de la Luna, la compañera de la Isla del Sol.

Como corresponde en la cosmología andina, todo tiene macho y hembra, incluso estos dos mágicos lugares situados en el lago navegable más alto del mundo, explica Pancho a los visitantes que llegan a Koati, la única comunidad del islote; así lo llaman cariñosamente quienes le conocen y según su tarjeta de presentación, su nombre es Francisco Antonio Mamani Amaru.

La Isla de la Luna es conocida por haber sido la residencia de las mujeres elegidas como las más bellas del imperio durante la época incaica. Desde hace tres años, la comunidad de Koati, compuesta por 75 personas, se ha metido de lleno en el negocio del turismo y forma parte de Apthapi, la Red de Turismo Comunitario del lago Titicaca, con un programa llamado Warmi Thaki (el Camino de la Mujer, en aymara).

“Cuando era niño, nosotros solíamos escaparnos del turismo”, recuerda Félix Mamani Rojas, presidente de la Red y originario de la isla. Pero eso es parte del pasado. Ahora, el objetivo es “difundir más de la mujer del lugar, tratar de valorar todo lo que es parte de la mujer”, asegura Pancho. Queda también como algo para recordar el período en que ellas eran lo más importante de esa isla, aunque de otro modo.

Las siervas del dios Sol

De la Isla de la Luna se conocen las ruinas de uno de los acllahuasis, palacios para “guardar” a las mujeres seleccionadas: Iñak Uyu. “Eran las escogidas del reino”, explica Milton Eyzaguirre Morales, jefe de Extensión y Difusión Cultural del Musef (Museo Nacional de Etnografía y Folklore). Un requisito fundamental para que una mujer fuese elegida era tener la piel impoluta, “sin mancha alguna”. Si no, se las descalificaba para ser “servidoras delSol”, la divinidad.

Estas mujeres eran “formadas” para servir tanto al Sol como al inca y, además, para ser desposadas. Una de sus principales habilidades era la de tejer: sus ropas y complementos eran conocidos y preciados tanto dentro como fuera del territorio conquistado. Utilizando los términos descritos por Guamán Poma (cronista del Virreinato de Perú) había diferentes clases sociales en los acllahuasis: las guayrur acllas servían al Sol y a la Luna, puesto que eran las más bellas, corroboran tanto el guía local como el especialista del Musef; a ellas las seguían las uayror aclla sumacs, quienes estaban al servicio de deidades menores; mientras que las aclla chaupi catiquin smac acllas tejían y trabajaban la tierra.

Hoy se puede ver a las mujeres de Koati sentadas en el recinto de la antigua casa de las acllas con sus aguayos tendidos en el suelo, repletos de artesanías que venden a los visitantes mientras tejen cinturones. “Han recuperado bastante la parte del tejido”, manifiesta Pancho. Aunque todavía utilizan lana sintética, se está retomando la costumbre de teñir con colorantes naturales que pueden conseguir en la propia isla, de insectos y plantas como la cochinilla.

Para llegar hasta el lugar, las mujeres salen de la comunidad que está en la costa opuesta de la isla, ascienden por un sendero al que asoman plantas medicinales que sirven para teñir y lavar; abajo, en el lago, yacen los criaderos de truchas. Llegan hasta la cima. Pancho explica que allí todavía los comunarios mantienen la costumbre de sus abuelos de avanzar unos pocos metros con los ojos cerrados, recibiendo al sol, dándole gracias y realizando peticiones. Después, las señoras descienden en medio de las terrazas de cultivos, donde abunda la papa, y se colocan ante las puertas de las ruinas.

La idea de este Warmi Thaki es recuperar la importancia de la mujer en la isla y su papel de artesana, dejando atrás su papel de sierva de la era incaica. En aquel entonces, eran llevadas al sitio muchachas de entre 7 y 10 años de edad. Además de servir al dios Sol, podían acabar convertidas en esposas del propio inca, o bien ser ofrecidas a reyes o capitanes de otros reinos como forma de conquista pacífica.

Algunas corrían una suerte diferente: en cada luna llena, una de ellas era entregada como sacrificio humano. Con su sangre se realizaba el agradecimiento a las deidades, “como (hacemos) nosotros con la sangre de la llama”, compara Pancho. El hecho de que una hija fuera seleccionada para estos menesteres “era de mucho agrado para los padres”, complementa Eyzaguirre. Eso sí, las crónicas no señalan cómo se sentían ellas. Sin embargo, “nunca olvidemos que hay lógicas completamente diferentes, como el concepto de morir en el contexto andino, es diferente al contexto occidental”.

Pancho relata que, antes de la llegada de los incas, cuando el lugar estaba bajo el sistema de los señoríos aymaras, “no existía aún la discriminación”. Entonces ya estaba en pie el palacio, aunque era un centro de cultura y formación, una especie de universidad, añade el guía. “La construcción pertenece a los aymaras, los que aprovecharon fueron los incas, que lo usurparon a los señoríos aymaras”.

Durante la etapa en que la isla fue casa de las vírgenes, se establecieron duros castigos tanto para los hombres que tuvieran relaciones sexuales con las acllas como para ellas mismas: los incas “mataban al varón y a la mujer la colgaban de los cabellos hasta que muera. Yo dudo un poco si vivían o no vivían hombres porque si había (…) este tipo de castigos que sancionaban con la muerte, aparentemente vivían hombres. Pero las crónicas no son muy claras en este sentido”, comenta el experto del Musef.

Las mujeres de más edad eran las sacerdotisas mayores y enseñaban a las jóvenes. Las veteranas sabían hacer chicha, sembrar… Todavía hoy existe ese cargo religioso, aunque solamente se lo ejerce el 21 de septiembre, cuando se celebra la fiesta de las mujeres. Ese día, ellas se reúnen con los productos secos que se elaboran en la comunidad y los meten en una olla, que luego adornan con un collar de kantuta. Le ponen una tapa de barro, van al lago y allí la ponen sobre el agua. La sacerdotisa hace un agradecimiento y pide que no haya dificultades durante el año. “Si la olla entra rápido, fácil, quiere decir que va a ser un buen año. Pero si la olla retorna del lago… va a haber dificultades. Peor todavía si de la olla han reventado los productos”, explica Pancho. Cuando retornan a la isla, los hombres las reciben con música y un bufet andino o apthapi. Es una fiesta sin alcohol en la que toman refrescos naturales de cebada y de maíz, y  que dura hasta las tres o cuatro de la tarde.

Para impulsar el turismo en la isla, varios hombres de Koati se han capacitado y son guías de su propio entorno con el asesoramiento de la ONG Codespa. Pero, a pesar de que el proyecto turístico lleva el nombre de Warmi Thaki, todavía las mujeres no se animan a mostrar la isla a los forasteros. Casi ni hablan con los turistas. La mayoría sólo sonríe mientras teje, baja la vista hacia sus manos, murmura algo en aymara con sus compañeras y, como mucho, insta al foráneo a comprar. Aún les queda camino por recorrer.

 

Gemma Candela

Publicado en La Razón, revista Escape, el 11 de septiembre de 20011

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