Visita al paraíso: Rurrenabaque

La semana pasado estuve en el paraíso terrenal: Rurrebanabaque, en el departamento de Beni. Es un pequeño pueblo de unos 15.000 habitantes que está a orillas del río que da nombre al departamento. En la orilla del frente está San Buenaventura, que pertenece a La Paz. Yo no crucé la orilla pero, según cuentan los visitantes, no tienen nada que ver: Rurre (como le llaman muchos -costumbre boliviana de abreviar, lo hacen incluso más que los madrileños, que ya es decir-) es alegre, llena de turistas y de lugareños abiertos y amables. Las calles son al estilo de los ensanches de las ciudades españolas pero de casitas bajas, algunas con techo hecho de hojas de palmeta (jatata lo llaman). En los balcones y patios cuelgan hamacas para disfrutar del frescor de la noche o de la sombra durante el día (en el futuro me agenciaré una); hay fachadas de alegres colores y pescado rico en los restaurantes (el surubí ha sido un gran descubrimiento p ara mí). El clima es maravilloso: una media de 27 ºC (treinta el día que llegué yo) y bastante humedad. La suerte es que ha ido terminando la época de lluvias, por lo que he podido disfrutar de un tiempo maravilloso que ya quisiera yo tener en La Paz… Eso sí, entre los mosquitos y las arañas estoy hecha un cuadro: toda llena de picaduras, como la mayoría de los turistas. Por cierto, la mayoría de los visitantes son yanquis o hebreos.

Es increíble: incluso en el aeropuerto el cartel de bienvenida también está escrito en la lengua oficial de Israel, así como los letreros de muchas tiendas y restaurantes. Incluso en el cementerio hay restos hebreos…

Para ir de La Paz a Rurre se puede ir en flota (autobús) tardando un porrón de horas o bien en avión, billete que cuesta caro si se tiene un sueldo normalito de acá, tardando menos de una hora. El avión tiene capacidad para 19 personas. Los asientos están repartidos en filas de a uno y se puede  ver la espalda del piloto durante el trayecto. Hay que andar agachado porque el techo es bajito y, como se tengan unos kilitos de más, hay que pasar «de canto». Ni siquiera «cabe» azafata ni baño y no te dan toda la retahíla de advertencias de seguridad, más allá de que lleves puesto el cinturón durante el trayecto. Tampoco te piden que apagues el teléfono.

El aeropuerto de Rurrenabaque parece más bien un chiringuito: pequeñito, sin control de seguridad, lleno de hierba y con caballos pastando. Como el pueblo, está rodeado de montañas frondosas (al estilo de las de la isla que sale en Jurassic Park, no sé por qué me vino esa imagen a la cabeza pero así se quedó). La mayoría de las calles tienen el mismo nombre que las de otras ciudades: Comercio, Arce, Avaroa,

Bolívar (como sucede en el Reino Unido con George, Queen y Princess Street). Las casas tienen, casi todas, una especie de porches. Por allí transcurre la acera, que muchas veces está bastante más alta que la calle. En ocasiones hay que bajarse y andar por el asfalto (o piedras, o tierra, según la calle) porque hay una tiendita que ocupa parte de la acera o un perro está acostado en medio y no se puede pasar…

Cruzar la calle es como en La Paz: todo un riesgo. La diferencia es que aquí no hay minis, ni casi coches: motos y mototaxis. En este medio de transporte he llegado a ver al conductor y a tres pasajeros…

Algo muy típico de Rurrenabaque, que tanto echo de menos en La Paz, es el pescado. Sólo se puede obtener durante la época seca porque, durante las lluvias, el río experimenta una crecida bastante considerable y, aparte de que es peligroso navegar por él, y más en balsas tradicionales, no hay peces, según nos contó durante una comida la Alcaldesa Interina. Hay familias de pescadores que se pasan días navegando por el río y, para comer, secan al sol las presas y se alimentan de ellas.

Para degustar este manjar, estuvimos en dos sitios: La Perla y Casa de Campo. En ambos lugares preparan el surubí al ajillo (que no tiene nada que ver la salsa de mismo nombre que se toma en España) muy rico, aunque de diferente modo. En el primero, con Julio Iglesias de fondo, sacan el pescado envuelto en papel de aluminio y, a parte, un plato con arroz blanco, zanahoria y judías verdes hervidas y papas fritas. La mesera abre el papel de plata para que el cliente no se queme y de ahí sale un aroma maravilloso… El surubí está recubierto por una salsa verde tan rica que hasta te dan una cuchara para que puedas dejar el plato limpio. Casa de Campo es mucho más pequeño y menos conocido que La Perla. Aquí suena, bajito, música jazz y tardan bastaaaante en preparar la comida, pero vale la pena la espera: el ajillo es blanco, cremoso, y el surubí no viene envuelto sino directamente sobre el plato. El cliente elige qué quiere para acompañar. Muy recomendable el pastel de yuca…

En los dos hoteles en los que estuve no había cristales en las ventanas, simplemente mosquiteras. Con eso basta, ya que la temperatura es cálida tanto de día como de noche (menos cuando llega el surazo, entre junio y agosto, un viento frío que hace descender la temperatura).

Tanto calor afecta al ritmo de vida de las personas pero, para las que no estamos acostumbradas a esa pachorra, nos desespera… Por la niebla se retrasaron varios vuelos y se canceló el último del viernes, que era en el que en un principio nos íbamos a volver el fotógrafo y yo (pero bueno, de todos modos, había decidido volverme el domingo). La de la compañía de vuelo estuvo taaanto rato para reubicarnos en otro vuelo… Y hablaba con una lentitud que a mí me parecía insultante. Por eso, tuve que aguantar las ganas de dar un puñetazo sobre la mesa y dejar salir todos los insultos que se agolpaban en mi boca. Sí, quería demostrar lo bien que sé hacer una de las mayores virtudes de los españoles…

Y otra que me sacó de las casillas fue la señora que sirve los desayunos en el segundo hotel en el que estuve. Supuestamente, se puede tomar desayuno a partir de las 7. Yo llegué a las 7.20 y tenía que salir del hotel sobre las 7.45 para ir a la oficina de la compañía área y tomar el bus que lleva a los pasajeros hasta el aeropuerto. No había nadie en el comedor aparte de mí. Pues no se dignó venir a preguntarme si quería algo. Me acerqué, y la señora tardó más de 15 minutos en traerme un café, un par de panecillos y un platito con mantequilla y mermelada. Y no, no estaba horneando el pan ni moliendo los granos de café. Casi le grito: «¡Un poco de sangre en las venaaaas!».

Aparte de estos pequeños momentos de estrés, me relajé muchísimo, algo que necesitaba. Lo mejor fue el sábado por la tarde: tomamos un mototaxi y subimos al mirador. Allí hay un par de piscinas. Elegimos la que no tiene música a toda castaña y que está menos concurrida. Un placer: no había casi nadie y, desde el agua, te apoyabas sobre el borde de la piscina y tenías ante ti unas vistas espléndidas.

Además del surubí hay otras delicias gastronómicas en este pequeño paraíso: el café (buenísimo, tanto que lo tomé solo por primera vez en mi vida); el zumo de carambola; el chocolate (lo venden en piezas grandes y luego se raspa y se echa en agua o leche hirviendo, para tomarlo a la taza); el mocochinchi (que también lo hacen en La Paz, pero aún no lo había probado)y el somó (bebida refrecante hecha con maíz); los cuñapés caseros (increíbles).

La visita a Rurrenabaque fue por trabajo: el PNUD iba a entregar un premio a un conjunto de comunidades indígenas, y nos llevaron a visitar una de ellas, Asunción. Yo creí estar dentro de una película. Para empezar, nos montaron en una barca a motor y fuimos río arriba durante hora y media. Por el camino vimos pájaros preciosos, alguna tortuga, un lagarto (así lo llamaba uno de los comunarios, aunque aquello era un cocodrilo mediano) y unas vistas increíbles. Y es que esa zona es la Amazonía boliviana. Pasamos por el cañón de El Bala, un lugar muy bello en el que el Gobierno defensor de la Pachamama quería construir una represa para generar electricidad que acabaría con el entorno y con las decenas de poblados indígenas que viven a orillas del río Beni. Más arriba, dejamos esta vía fluvial a un lago y seguimos por el río Quiquibey. Un rato después, orillamos la barca y descendimos. Había que subir por una pendiente de tierra no muy estable. Asomaron unos cuantos niños que, descalzos, bajaron corriendo a recibirnos. Por el aire volaban mariposas enormes de bellos colores. Ascendimos por la pendiente y llegamos junto a unas cabañas construidas alrededor de una pradera en la que había dos porterías de fútbol: parecía que estaba dentro de una de las escenas de la película Diarios de motocicleta. (ver el minuto 3.27 del vídeo)

Allí los guías nosenseñaron las actividades propias de su poblado y nos invitaron a comer pollo criollo, así como a cococol (alcohol puro mezclado con agua de coco, es lo que suelen beber en las fiestas) y a mascar coca.

Comprobé que las hamacas no se han puesto para los turistas, sino que la gente originaria de este lugar realmente las usa.

Me sorprendió ver cómo vive la gente: por un lado, mantienen su lengua y tradiciones. Por otro, visten con ropa como la que yo puedo llevar (algo más vieja y usada) y tienen televisión y placas solares. Desde luego, me he quedado con ganas de conocer más sitios como éste.

Para despedirnos, visitantes y comunarios bailamos al ritmo de la pequeña banda de músicos del lugar. Detrás nuestra, los niños y niñas (más de la mitad de la población) daban su clase de educación física corriendo alrededor del campo de fútbol, de yerba natural.

12 comentarios

  1. Primaaaaaaaaaa!!!!
    Me alegro de leer que estás disfrutando tanto (aunque lo de las picaduras… bueno, palos a gusto no duelen). Ahora que tengo interneeeeer en casa he pegado un repaso al blog entero ¡me había perdodo un webo de capítulos!
    Bueno gringa, sigue pasándotelo mu bien e informando a menudo.
    ¡¡¡Muaks!!!

  2. Con post como este sí que nos estás dando envidia a los que nos hemos quedado… Lástima no poder visitarte, pero me apunto tus recomendaciones para un futuro. A seguir disfrutando y contándolo por aquí.

  3. oye que leo tu bloc y me alegro que te lo estes moontando tan bien, la verdad es que es fantastico leer todo lo que haces y las esperiencias que estas teniendo, un beso muy fuerte

  4. Blogs como estos hacen verdaderamente una necesidad el conocer lugares como el que describe, la visión y experiencia que transmite nos hace solamente soñar en alcanzar dichos lugares. Gracias por compartir tu experiencia

    • ¡HOla! Depende de lo que quieras hacer. Desde Rurre se pueden tomar varios tours turísticos: puedes visitar comunidades indígenas durante uno o dos días; también hay la opción de entrar al Parque Nacional Madidi durante unos tres días o bien ir a las pampas, en Santa Rosa del Yacuma, por otros tres días. Si quieres hacer todo, puedes estar una semana en la zona (para tener también un día entero en Rurre, al menos). Si no, puedes decantarte sólo por una de las opciones turísticas y, luego, pasar un día o dos en Rurre. Puedes dedicar una mañana o una tarde a hacer canoping y, por supuesto, remojarte en una de las dos piscinas del mirador.

  5. Yo soy del Beni y me gusto mucho tu articulo de seguro mientras mas dentro vaj del beni te encontraras con gente humilde y de gran corazon porque nuestra ley es la hospitalidad

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